La llegada a Bardipada ha sido muy emotiva, como siempre que
nos encontramos con Inaxio Galdos. A sus 80
años sigue en plena forma y pese a que se han cumplido ya 60 años de
su llegada a la India sigue la actualidad de la tierra en la que nació a través
de los periódicos que sus familiares le envían puntualmente todas las semanas.
Sigue la actualidad política y social de una tierra que le parece muy lejana,
pues él mismo nos confiesa que su corazón es ya Gujerati y que su casa es esta,
aquí ha vivido casi toda su vida y aquí espera morir cuando le toque.
La misión de Bardipada se encuentra en plena jungla. Se
divide en dos partes, una gestionada por los Padres Jesuitas y otra por las
Hermanas Carmelitas de la Caridad. Cada uno cuenta con su propio internado y
comparten un solo colegio. Hay más de 800 internos en la misión sumando los de
los dos internados. Aquí como en el resto de misiones que hemos visitado, todos
los internos pertenecen exclusivamente a las tribus Adivasi.
Este no es sin embargo el único trabajo que desarrolla
Inaxio con el resto de Padres. Hace ya mucho tiempo que acude todos los días a
algún pequeño pueblo donde reune un grupo de feligreses en la iglesia para ir a
decir misa. Nosotros le acompañamos y somos testigos del respeto y el cariño
que se ha ganado por parte de estas gentes que podrán quizá tener menos
posesiones que nosotros, pero que son mucho más ricos en las cosas que importan
de verdad, esas que no se pueden comprar.
El viaje es muy largo por el camino que tenemos que
recorrer. Un camino de tierra, totalmente impracticable y que en
ocasiones desaparece y nos obliga a parar el jeep para buscarlo bajo la luz de
nuestras linternas.
Cuando por fin llegamos nos salen al paso y nos acompañan a
una de las casas del poblado para darnos de cenar. Las casas de los Adivasi se
parecen poco a las nuestras, casas con estructura de madera y paredes hechas de
excremento de animales y paja en la mayoría de los casos, sin agua corriente y
con muy poca luz. Se cocina en el suelo de tierra y el mobiliario se limita a
unos pocos enseres y los camastros necesarios para que descansen todos. Cenamos
arroz o chapatis de arroz (libre elección) y un poco de pollo de casa. Están
avisados de que no estamos acostumbrados al picante y prometen no utilizarlo,
pero hay cosas que no pueden evitar y este pollo nos abrasa la boca. Mientras nosotros
comemos nuestros anfitriones miran en espera de alguna señal, y se les ilumina
la cara si ven que su comida nos ha gustado. Ellos comerán cuando nos hayamos
ido, es la costumbre.
Tras la cena nos desplazamos a una capilla, muy sencilla
como corresponde a la modestia de los Adivasi y donde la gente va llegando
guiada por la luz de sus linternas y cubierta con una manta para guarecerse del frío, eso
que nosotros llamamos fresco. Una sola bombilla alumbra toda la estancia y la
gente se va sentando sobre dos viejas alfombras a ambos lados, una para los
hombres y otra para las mujeres. Música y cánticos de los Gujeratis al ritmo de sus tambores y panderetas.
Haripura, misa con el catequista al frente |
Nos despiden igual que nos han recibido, con una sonrisa en la cara y
gritando Auyó, que Inaxio nos aclara que quiere decir Volved pronto. Ojalá.
Quizá no nos hayamos ido del todo.
Niña en Haripura |
Niña en Kalankui |
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